RESUMIENDO

Me recuerdo siempre escribiendo. O al menos intentándolo. No sabría decir el motivo de tal afición, y más cuando de pequeño no me gustaba demasiado leer, algún que otro libro suelto de El Barco de Vapor como pilar básico de mis inquietudes no está exento de cierta ironía. Guardo cuadernos enteros llenos de cuentos cortos y poemas, que entregaba a una tía segunda mía de cuyo nombre ahora no quiero acordarme para que los repasara.
Mi idilio con el mundo de la lectura llegó más tarde, en 3º de BUP. De repente, y tampoco sin un motivo claro, dado que como comenté, los libros no me motivaban en exceso, dejé a un lado los LEGO y los videojuegos de ocho bits para comenzar a sumergirme cada tarde en los poemas de Bécquer, los cuentos de Poe, Los Pazos de Emilia, o cualquier otra de todas y cada una de las lecturas obligatorias que nos mandaba Juan José, el profesor de literatura, y que yo devoraba con anhelo.

Con veinte años, y movido por la cantidad ingente de nuevas aficiones que trae consigo la juventud, tuve que modificar mi agenda y cambié las historias ajenas que se narraban en los libros, que requieren más tiempo, por las de las películas como mi pasatiempo principal después de la ginebra con tónica. Entonces deduje que escribir guiones podría ser lo mío. Algo no exento de cierto sentido dado que seguía vinculado a mi verdadera pasión: contar mis propias historias. Trabajé en bares, discotecas, almacenes, y un largo etcétera, para costear todos aquellos cursos de dirección, montaje, guión de cine y TV, y otro largo etcétera, en los que aprendías bastante menos de lo que pagabas. Tras cuatro años, un puñado de guiones, varios cortos y algún que otro contacto más o menos relevante, me di cuenta de que la parafernalia que envolvía aquel club privado no era para mí. Así que, tras mi paupérrima contribución al séptimo arte y con los bolsillos llenos de pelusilla, decidí cambiar de rumbo.

Finalicé el acceso a la universidad para mayores de 25, me gradué como Técnico Superior en Desarrollo de Aplicaciones Informáticas, intenté sacarme el Grado en Ingeniería Informática, aunque no lo conseguí dichosa ginebra con tónica, y desde entonces he trabajado como autómata para diferentes compañías tecnológicas. Canjeé mi sueño por una realidad más tangible, al menos en mi caso, y que pagaba más cómodamente las facturas. 

Hace dos años, cuando la leve estabilidad que me proporcionó convertir la pelusilla de los bolsillos en monedas y cambiar el ruido de lo cotidiano por la tranquilidad que hallé en lo desconocido al salir de España para trabajar en el extranjero, encontré ese estado de paz que necesitaba para recuperar aquel idilio de mi juventud, aunque no olvidado sí mancillado, y retomé mi vieja pasión por la lectura y, sobre todo, por la escritura.

Ahora, con mi primera novela terminada, y embarcado en el arduo y escabroso camino de publicarla, me lanzo a esa pequeña gran aventura de hacer lo que de niño fantaseaba noche tras noche: contar mis propias historias y, por qué no, intentar vivir del cuento.

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